domingo, 13 de septiembre de 2009

Tres escritores patagónicos en la zafra de la batata

Cerca del muelle de Aluar , ahicito nomás, en después que le hube entregau a mi compadre Luka un paquetito de ese polvito blanco y maravilloso que asigún dicen dentra por la nariz y hace cosquillas en el cerebro me encontré con un camionero que me convidó p’l norte pa la zafra de le batata, y como a mí el trabajo no me ofiende terminé por acetar la propuesta y así es como pasé estos dos meses largos realizando unas labores por demás duras pero no por eso menos gratificante como lo fue la zafra de la batata manteca.
El campo donde me conchabaron era un establecimiento rural a todas luces en plena provincia de Córdoba, más precisamente en la localidad de Río Cuarto, desviándose de la ruta 34. Unos cuantos km hacia el Oeste.
En cuanto me bajé del camión me priesentaron al encargau que era un gringo medio sucio petizo, el pelo colorau y una baranda a ajo que te dejaba fulminao. El ajo es guen anticonceptivo, pensé mientras el petizo me acompañaba para la pieza que ya me había destinao.
Era un ranchito, casi una tapera de adobe cocido con piso de porlan, pero eso sí tenía un lindo catre y en la pared una cola de caballo donde había colocao un peine negro. Un gaucho como yo debe decir la verdad hasta cando miente y yo la via decir, se estaba a gusto en el ranchito solo faltaba algún mozo tiernito pa’ pasar las noches calientes, pero mi tataraabuelo Rufino me había enseñao que al deseo hay que ante ponerle la pacencia y así fue como con un poco de maña esperé en vano un incentivo pa’l cuerpo que a mi juicio tardó demasiado, hasta que decidí volverme a mis pagos de Guer Aique .
Además, Pa’ que mentir no era una faena sencilla la zafra del tubérculo, era como la bota e potro, que no es pa’ cualquiera, yo estaba en la parte de empaque y figúrense de entrada nomás me había tocao la mala experiencia de tener que desechar alguna que otra batata arrugada y chica, que no servía pa’ exportarla, pero así es la ley de la vida y así me lo plantió el encargau que me había conchabao.
Ya con la pacencia medio por el piso, le plantié de frente al petizo mis ganas de marcharme, si queris te paso a la parte donde se confeccionan los dulces ahí trabajan tres escritores patagónicos. Si los vieras Mata que trabajadores que son esos obreros, los alabó una noche, el empleador. Y qué tareas realizan esos letraos le pregunté por curiosida, . Ellos son los que lavan y pelan bien pelada las batatas, me respondió con aire jactancioso, como menospreciando mi ardua laboriosidad en la sala de empaque.
Al otro día, tempranito como a las diez y media de la mañana comencé a juntar las pocas pilchas dispuesto a marcharme porque no me sentí valorao en mi tarea, en dispués que pagué en el almacén los cien pesos que debía en tabaco, y en ves de seguir derecho hacia la ruta doblé pal lao de las casa donde estaba la sala de dulce, ahí sin mediar palabra patie la puerta y lo que vi a de quedar en mis ojos por tuita la eternidad; doblaos y con la respiración a punto de cortarse estaban los zafreros en fila, ligeros de ropa por no decir desnudos apenas se dieron cuenta de mi presencia, fingí no reconocerlos acaso por no denigrarme a mí mesmo, pero clarito los distinguí, se trataba de Cristopo, Carlitos y el mesmo Petrof. No sé quienes son ustedes pero no tienen por qué hacer eso si no quieren yo no seré del grupo Alameda pero estoy aquí como güen paisano pa’ tenderles una mano y salvarlos si así lo requiere la oportunidá, les propuse de puro güena gente que soy. Salvarnos de qué pedazo de pelotudo fue lo último que escuche en dispués que un grupo de viejos me sacaran a ondazos de la finca disque por meter la nariz donde no me correspondía.